Monday, December 05, 2005

El Hollywood de los malos

Por cosas del destino he sumado una nueva actividad en mi vida, ya tengo los domingos ocupados por lo menos durante un año, eso creo. Ahora esos días están dedicados a La Picota. Sí señores, la mismísima cárcel de Bogotá. Pero bueno, no vengo a contarles las razones que me vinculan a ello, simple y llanamente estoy yendo los domingos de paseo a La Picota. La primera vez que fui, porque allá se vive otra realidad, fue muy tenaz pero creo que ya me estoy acostumbrando y como sé que muchos de los que leen este bloguito no han ido les contaré como es la movida paso por paso.

La Picota queda perdida en el fondo del sur de Bogotá, en el lado regular, muy regular, de la ciudad. Debo ir vestida con ropa de colores claros, zapatos de goma, saco sin broche, sin forro interior y sin capucha. Luego debo tomarme una foto del tamaño de una cédula, ojo del tamaño de la cédula y no de tamaño de la foto de la cédula, tiene que ser tomada allá porque si te la tomas en otra parte no sirve. Después paso donde doña Miriam y le dejo todo a guardar, todo es todo, claro menos la foto y la cédula, porque no se puede ingresar ni aretes, relojes, pulseras, dinero, periódicos, mejor dicho nada de nada. Lo único que permiten ingresar es comida. Ahora bien, la comida debe estar empacada en uno o dos envases de plástico transparentes y las bolsas plásticas deben transparentes también –nada de bolsitas de Carrefour ni Carulla ni de Benetton, transparentes señores, transparentes– Ya estoy lista para dar inicio al calvario. Primer retén. Una guarda revisando que no ingresen cosas prohibidas, otro guarda que te ordena subirte la manga izquierda del saco, otro que te pone un sello con muchos números y muy grandes y otros que vigilan par que todo ocurra en aparente orden. Camino por un paseo muy largo mientras empiezo a divisar las unidades carcelarias. Segundo retén, me entregan una ficha que debo llenar, revisan si estoy en lista de visitantes autorizados o sancionados. Sigo caminado mientras que me acerco a la verdadera Picota, el penal, donde están los detenidos por delincuencia común. Es un edificio inmenso y parece inexpugnable con muchas barreras de acero y púas y con muros de piedras que por alguna razón me hacen pensar en La Bastilla. Pero no, no voy a entrar al penal, tomo ruta hacia otra unidad carcelaria, camino otro tanto como quien va de una finca a otra, con muros y púas para un lado y vacas pastando para el otro. Llego a la otra unidad. Podría decirse que ese otro edifico es un poco mas amigable, tan solo un poco claro y me preparo para el tercer retén. Tercer retén. Entrego mi cédula de identificación, la foto y la ficha resuelta con todos los datos, me pasan otra ficha con un número. Con una vara de madera y una pieza de tela me aplican un líquido en el dedo índice derecho, luego tinta y registro mi huella, sigo en la fila. Entrego a unas guardas las bolsas con la comida mientras veo lo que hacen con las bolsas de las mujeres que van un poco más adelante. Estas guardas sacan enormes cuchillos y cucharones –que no lavan– y empiezan apuñalear la comida tanta veces lo crean necesario, si a ellas les parece que llevas mucha tienes que botarla a piso, que si tiene mucha papa, que si tiene muchos huevos, que hoy no se permite postres, que la fruta no debe estar cruda, dizque porque con eso hacen bebidas alcohólicas, mejor dicho, dependen como estén de ánimo las damas de la guardia. He visto botarles la comida al piso a muchas mujeres visitantes simplemente porque sí, en fin. Entregué mis bolsas, procuro marcar la comida para que no me pregunten cuál es el menú así les ahorro trabajo y no me pregunta nada, sigo la fila y me pasan a un corredorcito para que me requisen hasta el recóndito de mi pequeña humanidad, sigo en la fila y me sellan como vaca al matadero, cuatro sellos por acá, algunos invisibles, paso el retén y espero tras la reja para que me devuelvan los restos de comida. Sigo mi paseo alrededor de la unidad para llegar al ala de sindicados. Cuarto retén. Registran mis números de los sellos y entro a la jaulita para entrar a las “cabañas”. Listo, coroné.

Saludo por aquí, saludo por acá, ya tengo algunos amigos, paseo por las celdas y empiezo a “patinar” que es lo mismo que caminar dando vueltas por todo el patio, conozco a mas sindicados, todos muy queridos, muy amables y, mientras patino la persona que visito me cuenta la historia de sus nuevos amigos, es en este momento en el que empiezo a sentirme como el “Hollywood de los malos”. He conocido a los integrantes del Star System colombiano de los noticieros nacionales e internacionales, al de la burra-bomba de la costa, al gobernador de aquí, de allá y de acuyá, al autor intelectual del asesinato del congresista tal, al del secuestro del parlamentario aquel, al fiscal que aquello, al de las chochomil armas de las AUC, al amiguito de Mancusito, a los traficantes de información de pu’ allá, al militar de alto mando que hizo tales y pascuales, a aquellos del robo ese, en fin allí vamos, todavía no los conozco a todos, pero debo decir que los chicos ante todo son muy queridos conmigo y sean lo que sean el juicio no lo hago yo y por tanta amabilidad lo único que les debo es una sonrisa porque de seguro la van a necesitar cuando hagan la “rascada” –Rascada: requisa sorpresa y exhaustiva que realiza los guardas del INPEC mientras, en el patio, desnudan y revisan a los sindicados al momento que esculcan cada centímetro de las celdas y los baños–

Cuando patino y me cuentan historias me como un Éxtasis, un helado que venden en el casino del ala de sindicados, cuya marca, irónicamente, es Robin Hood. Historias allá hay muchas, maldad también, tanto como del lado de los supuestos “malos” como de los supuestos “buenos” del paseo, lo poco que puedo decir es que los medios son una mierda, el gobierno es una mierda, la cárcel es una mierda: todo es un puta negocio. Porque eso si es claro, plata es lo que se mueve.

Entonces es cuando te digo mi bien amado Andrés ¿Por qué perder tanto tiempo en vez de decirnos cositas bonitas al oído?

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